martes, 8 de mayo de 2007

Días Distintos

Editorial San Marcos, 2004

Sinopsis: La novela que quizá nunca se escribió en su época, nos traslada a los años del falso esplendor fujimorista y la toma de la embajada de Japón.
Es la historia de una banda de traficantes universitarios que planean un pase fraudulento del que nadie sale limpio. Los escenarios, que discurren entre raves clandestinos, playas del sur en efervescencia y piques en la Costa Verde, le dan a la narración un carácter fluido y provee a las escenas de un ritmo cinematográfico, pocas veces utilizado en la literatura local.
Días Distintos abre paso a la trilogía sobre la Lima de cambio de siglo.

169 páginas

Valor: 15 soles



Fragmento:
En el estudio, el Lagarto servía copas de espaldas a mí. R.E.M giraba en la bandeja de CDs con “Losing my religion”. Giancarlo cerró la puerta después de entrar: el ruido de la reunión quedó del otro lado, acá sólo jugaban los duros.
–Álvaro, ¡qué agradable visita! –exclamó el Lagarto en tono sobre actuado. Llevaba camiseta Tomy Highfiger de mangas cortas, color celeste. Se sirvió un doble en las rocas–. ¿Cómo has estado?
–Tratando de no afrontar mis problemas, como todos.
–Eso es bueno chico –me levantó el pulgar–. Hay que ser prácticos en estos tiempos ¿sabes? Se vienen días buenos, ¿no? –estaba acelerado: bebió medio whisky, giraba de un lado a otro por el estudio–. Ven –fuimos a la ventana–. ¿Ves eso Álvaro? Luces navideñas, recién empezamos diciembre y ya hay luces navideñas en Miraflores. La semana que viene se iniciarán las campañas en los centros comerciales, mercados, bodegas, calles, en todos lados habrá alguien buscando comprar o vender. Eso es la clave de todo. –Con su brazo señaló la costa como si fuese parte de su propiedad, de su imperio. Caminó hacia el escritorio donde una de las chicas Marlboro, de cabello castaño claro y ondulado y ojos que parecían verdes pero que no eran verdes, estaba sentada sin murmurar nada al lado de un espejo. El Lagarto le acarició la cintura y le besó en la mejilla. Se sentó en una silla de cuero marrón.
–¿Tienes un cigarrillo? –preguntó la chica. Todas las miradas volaron sobre mí. Le ofrecí un Camel Light. La chica me guiñó el ojo.
–Gracias Alvaro –dijo el Lagarto.
–Ya sabes, sólo trato de ser útil.
Silencio. “Losing my Religion” cedía paso a otro tema de la misma banda que no logré identificar. Giancarlo se jaló una silla y yo hice lo mismo. Los muchachos encendieron habanos Cohiba. Yo me colgué un Camel entre los labios. Parte de los voluminosos pechos de la chica se dejaban ver por el escote del top a la altura de la L de Marlboro.
–¿Qué tal los exámenes? –preguntó el Lagarto.
–No sé, no leí las preguntas pero respondí todo –contesté.
–Te entiendo –terminó su copa, fue por otra–. La educación en estos tiempos es tan... pagamos por la mejor universidad del país y sin embargo, ¿qué es lo que nos enseñan?, ¿ciencia?, ¿temperamento?, ¿verdades universales? Nada, no nos enseñan nada –se sentó nuevamente con el vaso casi lleno de Escocés–. Todos esos idiotas que estudian con nosotros tienen el trabajo asegurado por la influencia de sus viejos, la universidad está por las huevas –bebió medio vaso–. Y los que van a institutos o universidades estatales no tienen nada y nunca tendrán nada, su futuro ya está escrito y es insignificante. Ambos extremos son una mierda pero... –sus ojos verdes nos fulminaron excepto a la chica Marlboro que se limitaba a jugar con su cabello que olía a rosas– pero nosotros tenemos una visión: creo en el trabajo duro ¿sabes?, lo que nunca dejo de lado es la capacidad de divertirme mientras lo hago. No te entretengas poco, ese es mi lema, ¿lo captas?.
Mi cabeza se balanceó como afirmando pero en realidad era mero producto de la borrachera.
–¿Una copa? Necesitas una copa Álvaro. –El Lagarto se levantó rumbo a las botellas–. Te veo con mejor color, ¿has ido a la playa?
–Estuve surfeando un poco en la tarde con...
–¿Escocés en las rocas?
–La verdad preferiría algo un poco más suave, como un Oporto del Abuelo o...
–Álvaro, brother –puso mi vaso con whisky sobre el escritorio–. Tú eres un tipo duro –y en tono solemne añadió–: no te limites.
Chocamos copas, bebimos. Giancarlo soltó una carcajada palmeándome la espalda y fue a llenarse el vaso.
Lentamente comenzaron a caer los acordes de “Everybody hurts”. El Lagarto secó su vaso y preguntó:
–Alvaro, ¿cómo van... mis negocios?
–¿Tus negocios?
–Sí Álvaro, tenemos un acuerdo comercial que supongo no habrás olvidado... por tu bien –sentí una fugaz expresión de miedo imprimiéndose en mi rostro. El Lagarto arrancó en risas, Giancarlo lo siguió y la chica también aunque con bastante desgano–. Sorry, es una broma que me encanta hacer –basta de risas–. ¿Y Álvaro cómo van mis negocios? –repitió recobrando la seriedad. No hubo motivo de chiste esta vez. Intenté sonreír pero no funcionó.
–Tus negocios... tus negocios están bien.
–Me agrada escuchar eso porque yo también tengo buenas nuevas. Las cosas están sucediendo con bastante agilidad y la próxima semana ya podremos realizar la operación. Andrea ya te habrá mencionado el material que tiene y el material que nosotros queremos, de modo que vayamos al grano. ¿Stephany? –se puso de pie, dio caladas al habano–. Stephany.
–¿Al grano?
–Puta madre, al polvo entonces.
–Ah ya –abrió un cajón del escritorio y sacó una bolsa rellena de coca.
–Un kilo sin cortar –dijo el Lagarto moviendo la bolsa en su mano–. Necesito 9 más de estas bolsitas porque seguramente, quizá tú o algunas personas lo vean como un simple polvito que se meten por la nariz pero para mí cuñao, para mí esto es más profundo, más místico, esto es... –y en mi oído añadió–. PODER... y dinero por supuesto, mucho –sacó una daga de un porta lapiceros del escritorio y cortó la bolsita; la vació en el espejito. Los ojos de Stephany brillaron en el infierno que la rodeaba. Pasó la lengua por su labio superior.
–Esto es nuestro, una muestra gratis, adelante, quítate esa cara de borracho que empiezas a dar lástima, todo lo que quieras; estás haciendo las cosas bien y te lo mereces pero no creas que es lo único que tendrás.
Dos cañitas aparecieron por ahí.
–Quiten esa canción que me deprime por favor.
Giancarlo cambió el último minuto de “Everybody hurts” por “The End” de los Doors. Las cañitas funcionaron bien. La merca era de primera, igual que la que había traído Andrea y... Andrea tenía una merca similar pero ¿de dónde? ¿Acaso la trajo de París?
Inhalé mi tercera raya por la fosa derecha. Estaba cara a cara con Stephany que tenía la nariz blanca. Me sonrió. Casi le lograba ver el pezón por el desajustado escote. Jaló una raya gruesa, me observó. Inhalé otra por el lado izquierdo. Giancarlo pidió prestada mi cañita y se preparó una línea bien larga. Había demasiada, demasiada coca.
Jim Morrison daba un discurso.
El Lagarto lo escuchaba atento.
Seguimos consumiendo raya tras raya. La música creaba una sensación atmosférica psicótica. La borrachera empezó a dejar de controlar mis sentidos, ahora estaba despierto.
Mother, I want to fuck you –propuso Morrison.
El Lagarto me tiró mil dólares en billetes de 100 sobre el escritorio. También tiró una tarjeta con algo anotada en ella.
–El dinero de la semana, tú sabes como administrarlo. En la tarjeta está la dirección del lugar donde tienes que hacer el canje. El jueves, solo. Vas por lo del contacto en Francia, es todo lo que tienes que decir. Una vez que tengas mi encargo espera a que yo me comunique contigo, no te acerques por acá ¿ok? Me entregas lo que quiero y te daré cinco mil dólares en efectivo más toda la coca que tu cerebro pueda aguantar.
El Lagarto se nos unió en blanca comunión, abrió otro whisky, y así estuvimos durante todo “Light my fire” y un par de canciones más de los Doors que salieron volando por la ventana hacia el mar o hacia las primeras luces navideñas de diciembre.




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