miércoles, 23 de mayo de 2007

Ciudad Pánico

Sinopsis: Conclusión de la trilogía Lima Ilegal

Gianfranco, el villano de Días Distintos, ha salido de la cárcel con un nuevo grupo de amigos: Los Cuates. Juntos se dedicarán a secuestrar a las jovencitas más adineradas de la capital.
Álvaro, alejado de las juergas, tras alcanzar cierto reconocimiento literario atraviesa una mala racha creativa y personal, mientras sostiene una relación con una de las jóvenes secuestradas, se reencuentra con un personaje de su pasado quien lo volverá a poner cara a cara con Gianfranco.
Personajes de la primera y segunda parte de la trilogía entrelazan sus destinos en una ciudad convulsionada por la violencia, el tráfico de menores y la indiferencia colectiva.

Fragmento:
1997

EMERGENCIA. CENTRAL Nº5. ASALTO A AGENCIA BANCARIA EN SURQUILLO. SOSPECHOSOS FUGAN POR AV. ANGAMOS HACIA LA VÍA EXPRESA. VAN ARMADOS.

Las Águilas Negras fueron las primeras en lanzarse tras los asaltantes, haciendo aullar sus sirenas y agitando revólveres en la mano. Las patrullas Pathfinder del distrito se sumaron algunos minutos después. Y luego los Serenazgos y motos. Rezagada se quedaba una camioneta de prensa que intentaba, como fuera, llegar a la cabecera de la persecución.
Todos iban tras una Station Wagon ploma que volaba a velocidad sideral por las calles de Surquillo ante cientos de miradas atónitas.
Los polis se anunciaron con disparos de revólver. Los maleantes contestaron con ametralladoras automáticas. Un Águila Negra quedó fuera de combate.
Los de la prensa decían que eran momentos de alta tensión.
Las hélices de un helicóptero comenzaron a golpear a un cielo celeste, claro y despejado.
–¡Carajo, huevón, se nos vienen encima! –exclamó uno de los delincuentes cargando su arma. El que conducía giró hacia una calle transversal evitando ser cercados por una patrulla del distrito. Había sido muy hábil para esquivar a los policías hasta el momento, pero la buena suerte siempre tiene tiempo limitado.
Atravesaron un mercado, doblaron a la izquierda y ahí los sorprendió un Águila Negra. Dispararon a quemarropa contra las ventanas. Los vidrios y los casquillos calientes de las armas perforaron la cara y el cuello de uno de los asaltantes. Ignacio no perdió el control del timón y siguió a toda marcha. Entonces se reventó una llanta de la Station y después otra. Chocaron contra los postes de energía. Media Policía Nacional en pleno intentaron rodearlos. Uno de los delincuentes tomó la ametralladora automática.
–¡Yo no vuelvo a la cana, huevón!
Y salió de la Station disparando con furia. Hirió a una par de policías y todo el resto de ellos se dedicaron a coserlo a tiros.
Ignacio vio todo reflejado en el espejo retrovisor. Los disparos cesaron y se hizo un silencio de esos que dejan espacio para el miedo. Periodistas desde el fondo trataban de grabarlo todo. Cinco o seis policías avanzaron hacia la Station sosteniendo sus armas con firmeza y ansiedad.
–¡Salga con las manos en alto!
Ignacio suspiró. Se permitió observar a su alrededor antes de obedecer: sabía que pronto estaría extrañando la suciedad y la necesidad de las calles.
–Contra el auto.
Ignacio siguió las indicaciones. Un policía lo revisó.
–Está limpio.
–Espósalo. Ya se cagó por bacancito.
–Yo no maté a nadie, sólo manejaba –arguyó Ignacio. Como respuesta inmediata recibió golpes al azar en costillas, pecho y mejillas.
–A ver como te manejas en la cana ahora, o mejor dicho, como manejas tu culito –los polis echaron a reír. Ignacio escupió sangre sobre el asiento de la Station Wagon. Los del Serenazgo formaban un cordón anticuriosos y antiprensa.
Le clavaron las esposas en las muñecas y lo metieron en una camioneta con lunas polarizadas.
Los que lo conducían, quisieron molestarlo un poco por el arete que llevaba en la oreja izquierda: tas rica, mamita, vas a ser la sensación en Luri... pero Ignacio no hizo caso, sólo iba a disfrutar de esa última mirada a su ciudad en total silencio.
I

Me desperecé, me enderecé. Sentía un poco de frío en mi pecho desnudo aunque ella decía que ya era verano.
–Si tú lo dices –le dije. Ella no hizo caso y prendió un cigarrillo apagado por la mitad. Me sentía cansado, cierta luz se colaba por las persianas. Música festiva sonaba desde alguna parte.
–Estás tenso –dijo Celeste al cabo de un rato.
–Un toque, como todo escritor.
–Ya vas a empezar. Es el momento en que hay que compadecerte porque eres escritor, ¿no, mi amor? –me lanzó un beso volado y se concentró en un libro de bolsillo que no era mío. La vi leer y fumar, pasar varias páginas y votar humo, ejercicios similares... la cara de Celeste tenía cierto parecido con la de Britney Spears aunque no era rubia.
Se escuchaba una canción de Afrodisiaco.
–Atrás están en tono.
–Así parece –respondió.
Puse hierba sobre un papel, le pase la lengua, lo encendí. Celeste me rodeo con sus brazos. Parecía denotar cariño en ese gesto pero sus brazos resultaban siempre fríos o inertes.
Di largas caladas al porro.
–No deberías pensar tanto –sugirió.
–No es tan fácil.
–Lo sé –me besó en la cabeza y regresó a su libro de bolsillo.

Una hora más tarde salí a encontrarme con mi editor, o con mi ex editor, o con el tipo que me publicó un par de novelas exitosillas a fines de los noventa, en un bar.
–Frank.
–Álvaro, pareces tenso.
Pase por alto el comentario.
–¿Qué planes para la noche?
–Tú sabes como son mis noches –dijo, sorbiendo de su cerveza. Yo tomaba Coca-Cola y comía papas fritas.
–Sí, las conozco de memoria.
–Entonces, ¿extrañas a los muchachos?
–He tenido 18 toda mi vida, pero ya estoy cansado y con ganas de anclar.
Frank bostezó y miró su reloj.
–Todo hombre cuando se acerca a los treinta piensa eso, yo también tuve veintitantos, años locos, pendejadas por aquí, por allá, las hembritas... después tienes tu calato y todo se acaba pues, ha empezar de nuevo.
Frank disfrutaba escucharse hablar; un autodidacta de clase trabajadora que la hizo como editor y ratoncito de biblioteca útil.
Frank me deprimía. Verlo era “prepárate para pasarla mal y disfrutarlo”, como una metida por el culo o una rayita de coca.
–Sé como gira la cosa, hombre... estoy terminando una novela.
–¿Y a mí que chucha? Somos patas, uno de los pocos que te quedan, ya no tu editor.
–Tómalo como quieras, tengo una novela por terminar.
–La leeré en mis ratos libres.
Frank dio un gran trago a su cerveza. Me preguntaba como sabía una cerveza después de tanto tiempo, ese saborcito a fuego cuando ya te has tomado varias, las ganas de ir al baño a cada rato, ya sea para atender a la vejiga o a la nariz.
Terminó y pagó la cuenta de ambos. No sabía si tomarlo a mal por dar a entender que no tenía para pagar lo que consumía aunque, en realidad, me hacía un favor de cualquier modo.
–Nos estamos viendo –dijo levantándose de su asiento que adornaba un cuadro de Marilyn Monroe desnuda para Playboy–. Intenta divertirte un poco.
–Ajá.

Regresé caminando al Hostal. Me adentré por calles de putas que se corrían de los Serenazgos con los tacones en las manos.
Celeste miraba la televisión. Me quité la camisa y el jean. Me eché a su lado, me froté contra ella. Respondió a mis requerimientos. Me la acarició. Después me subí sobre ella y le sobe el clítoris con mi pene. Y después la penetré una y otra vez como una rutina, buscando la eyaculación.
La música festiva seguía sonando.
Las mujeres siempre disfrutaban más que los hombres... aquellas perras.
Nos arreglamos y salimos del Hostal. Me subió en su auto y me jaló hasta Benavides.
–Ahí hablamos –fue todo lo que nos dijimos.
Caminé por calles desiertas fumando un porro, como desamparado de la vida, hasta llegar a mi departamento medio dormido.
Mi departamento no era lo suficientemente grande ni elegante para lo que estaba acostumbrado, pero al menos quedaba en Surco. Me había refugiado ahí después de haber decidido dejar la chamba en prensa para dedicarme a escribir a tiempo completo.
El departamento entonces era pequeño; una salita, cocina, un cuarto con baño y otro de visita. Eso es lo mejor.
Ahora nadie quiere mis libros. Publiqué un par con éxito entre 1998 y 1999; historias juveniles plagadas de emoción y soledad. No estaban mal.
Por estos días, busco crear algo más personal, fuera del mundo social, pero a las editoriales grandes les importa un carajo. Quieren que siga haciendo historias truculentas que resulten adaptables para el cine.
Vivo solo en este departamento y no recibo mucho apoyo.
Saqué una botella de agua y volví al porro. Luego me puse a escribir, lo hice un rato, no recuerdo cuanto, hasta que empezó a aclarar al otro lado de la ventana y sabía que tenía ya poco tiempo. Dejé el texto a un lado y entre las sábanas con olor a hierba y a semen, me escondí del sol.

Una semana después, me reunía con Frank y un par de escritores izquierdistas, para planificar unos asuntos sobre el Gremio de Escritores que formábamos. Fue en el Queirolo del Centro. Llegué un poco tarde.
–Disculpen la demora.
Uno era barbón y el otro llevaba lentes. El barbón me saludó con la cabeza y el de lentes me dio la mano. Vasos de cerveza para cada uno de ellos y también para Frank que dijo:
–No están de acuerdo con el material que el Gremio pretende incluir en su antología sobre autores contemporáneos.
–Ajá.
Los rojitos no entendieron mi expresión, el barbón colocó libros sobre la mesa, mencionando a los autores.
–James Ellroy, Easton Ellis, John Grisham... entre otros.
–No consideramos adecuado este material como parte de un plan de revolución de las letras del siglo XXI –añadió el cuatro ojos dando un buen sorbo a su chop.
–¿No quieres un vasito, Álvaro? –preguntó el barbón.
–No, gracias.
–Álvaro ya no toma –redondeó Frank.
Los escritores se miraron con muecas burlescas. El barbón terminó su cerveza y dijo.
–¿Qué pasa Alvarito, estás light? –el de lentes rió.
Frank miró a otra parte aunque creo que rió también.
–Lo que pasa es que en la época de la universidad tomé suficiente alcohol y drogas como para dejarles fritos sus rojos cerebros que sobrios apenas pueden funcionar para poner trabas a las propuestas innovadoras.
No llegamos a mucho aquella tarde.

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