lunes, 30 de julio de 2007

Las Cosas que Importan

Tengo facilidad para engancharme. De allí quizás mis tendencias tanto al compromiso como a la falta de él. No puedo decir que siempre hice lo que quise pero si, siempre lo que sentí. Inobjetablemente. Mis aspiraciones literarias eran más que todo una suma de principios y convicciones de vida. Las frases bonitas y las palabras rebuscadas nunca me llamaron la atención. Escogí a los autores que quería leer muy al margen de los que “había que leer”.
Después de escribir mi primera novela Algunos Hombres Buenos, sobre el final de mi adolescencia, intenté una suerte de autobiografía ficcionada, con mucho espíritu beat, que llevó el título provisional de Algún Lugar Encontraré. La idea era recrear expresivamente un estilo de vida del cual me sentía orgulloso de llevar: vivir para adentro, era la consigna, compartirlo todo con un grupo de amigos que parábamos sumergidos en nuestras propias historias sin importar lo que pasase alrededor. El futuro no existía. Teníamos nuestros propios códigos, nuestra propia línea ética y artística. Salir al mundo no valía la pena. Era un poco superfluo en realidad. Pero pertenecíamos a algo bastante cercano de parecernos propio y auténtico, en años donde la falsedad funcional es aceptada acaso no celebrada ya.
No pude terminar de escribir Algún Lugar Encontraré. Tal vez me quedé sin ideas, tal vez en ese momento mi asombro por la vida que llevaba superó mi asombro por la novela que escribía, lo cual, supongo es algo maravilloso, de algún modo u otro. Porqué meses después conseguí enfrascarme en un torbellino creativo de poco más de dos años y medio que dejaron como saldo cuatro novelas de ficción, infinidad de borracheras, esperanzas, desilusiones y tantos recuerdos de momentos y lugares como canciones que hasta ahora consiguen transportarme sensorialmente a una época muerta de la que aún no consigo (ni quiero) desligarme del todo.
Sin ese periodo de fertilidad supongo que ahora no podría sentirme seguro de considerarme escritor. Ahora lo soy. O quizás no, quizás sólo me he ganado el derecho a tener la osadía de pretender ponerle algo de arte (o sentimiento, me da lo mismo), entre líneas, al aburrido universo de las letras.
Entonces, ¿ valió la pena? No perdí ni la cabeza ni el corazón. Todo lo demás no sé donde está, no se quien se lo llevó ni si algún día volverán –los amigos, las noches en los parques de Chacarilla, la expectativa por la llegada de Diciembre y otras cosas que hacen soportable la vida–, pero acá los sigo esperando, aunque sé que es en vano. Por eso, vuelvo a intentarlo. A escribir, aunque sea sobre mí, cuando no encuentres salida, toca un blues, dijo Robert Jhonson.
Tenía razón, el buen Bobby...

No hay comentarios: