lunes, 30 de julio de 2007

El Día que Cayó la Bomba

1.
Nos conocimos en diferentes épocas
pero coincidimos en nuestro mejor momento.
Quizás crecimos de un día para otro,
quizás nos demoramos demasiado.
Nos asombramos, nos entusiasmamos,
compartimos secretos a voces.
Empezamos a escribir a causa de un efecto dominó.
Encontramos el sol en una casa abandonada
a medio construir en California;
una casa en la cima de la montaña. Nuestra montaña.
Desconocíamos haber llegado a una cima
de la que sólo quedaba descender.
Y descendimos, casi hasta el final,
donde ya se siente ese calor mortal
que te anuncia que estás cerca.
Las deudas terminan por saldarse siempre.
Odiamos al mundo con ideas, marginalidad y literatura.
Y el mundo nos devolvió ese odio
de una forma más sutil y efectiva.
Alguien dijo que teníamos que madurar.
Nuestra respuesta inmediata fue la acoplación.
Cerramos filas en torno a nosotros mismos
y a un músico yunkie que tenía miedo a terminar el día
sin haber compuesto una canción.

Y el mundo siguió presionando, con los padres, el dinero,
los compromisos y la policía.
Y de pronto ¡Plum!
Explotó.
Se desgastó.
O eso nos hicieron creer.
Todos teníamos problemas personales, guerras internas, heridas infectadas.
El mundo nos llegó a odiar tanto, que entonces, ¿qué hicimos?
Odiarnos entre nosotros, buscar trabajo, escribir cosas irrelevantes,
tolerar la vanidad intelectual, cambiar viejos amigos por nuevos extraños
o chicas tontas y feas para llenar la cama por una noche.
No debería sorprenderme, claro, es la ley de la vida,
la evolución y degeneración de todo proceso.
Sólo que en el fondo, muy adentro y escondido en mí,
creí que éramos diferentes, que éramos artistas de verdad,
que permaneceríamos juntos y lo lograríamos.





1er Marc El Loco en el Ekeko de Barranco

2.
Perdiste tu segunda oportunidad.
Sabías que sucedería tarde o temprano.
Las ilusiones no duran para siempre.
Llegó el tiempo de ser razonables o eso parece.
Ahora a estas alturas he decidido cuidarme un poco.
Nadie sabrá lo que pasó en mi cuarto, las mujeres que llevé,
las drogas que tomé, las noches que no dormí.
Un vago sabor amargo queda después de todo.
Hay cosas que no volverán a ser las mismas,
sólo por la literatura, y sabes qué: no vale la pena.
De eso estoy seguro.

Perdiste tu segunda oportunidad, igual que yo.
Bienvenido al club. Ponte una cerveza.
Entre perdedores no hay discriminación, ¿o tal vez sí?
Las palabras dejaron de alcanzar en algún momento del camino.
No más lamentos .No más nostalgia. No más mañanas con resaca.
Pero claro, sigo teniendo miedo; miedo a lo que sea,
las ideas creativas ya no me despiertan a mitad de un sueño,
sólo los fantasmas pornográficos
parecen encender cierta dosis de imaginación en mi interior.
Quedan fragmentos, quedan textos inéditos,
quedan algunas pocas colillas por fumar
y buenas novelas por leer.

Después de eso tendremos que improvisar.
Alguien dijo que sólo los cobardes y los héroes son recordados.
Sería más fácil si no hubiese que elegir.
Dejarse llevar.
Cerrar los ojos.
Esperar a que termine la canción y haber conciliado el sueño.




Yo, en una de las tantas encerronas en la casa de Gonzalo

3.

Y si lo recuerdas bien, Marc, no es tan difícil
ni lejano.
Y el parque sigue estando allí,
las palomas se siguen cagando sobre las bancas,
la cabeza de Miroquesada nos sigue mirando,
igual que cuando tú fumabas también,
y aunque no lo quisieses la pasabas bien.

La diversión de los sábados por la tarde sin nada que hacer,
sólo nuestras risas y chistes, algunos tontos, algunos olvidados
entre el sol y las hojas de los árboles,
películas en VHS al atardecer del domingo,
y es curioso, porque de alguna manera, siguen estando allí,
aquellos momentos, la ansiedad de cuatro chicos
a la expectativa de lo que les deparase la noche.
Y así sucesivamente.
Buenos tiempos.
Entonces dijiste: ¨Se acabó la vida, ahora si¨.
Y tenías razón, se acabó para ti y para todos
desde que decidiste olvidar que la alegría,
esa que nada tiene que ver con la felicidad,
es todavía lo único gratis.



4.
El día que cayó la bomba pasó rápido,
sin prisas ni angustias conscientes.
El pensar vino después y sin avisar.
La pena y la nostalgia no se representan como tales.
Tenía muchos papeles que ordenar y botar sobre el escritorio
y algunas heridas que dejar cicatrizar.
No, nunca fuimos buenos a la hora de hacer el recuento de los daños.
La ficción, quizás, nunca deje de ser el mejor mundo
para tratar de arreglar las cosas.
Pero acá la bomba cayó y por algún lado había que empezar.

Después de la noche, el sol lastima los ojos
y no siempre muestra un camino.
Preferiría mirar dentro de mí. O de ti.
Pero tú ya terminaste y los demás te siguieron
para abandonarte también.
Dices que está bien. Digo que está mal.
Y no me refiero a esa necesaria y dudosa tranquilidad
que ablanda la cama y cuida los sueños.

Finalmente, nada se puede hacer solo.
¿Alguien sería realmente capaz de empezar de nuevo?
Si te devuelvo tu hoja en blanco, ¿podrías hacerlo mejor?
Habrá que aprender a vivir.
Es la consigna de esta mañana y no es nueva.
Como no es nada nuevo lo que vivimos ayer.
Se puede vivir sin moralejas ni sacrificios
pero nunca sin ideas.
¿Cómo ensuciaré mi escritorio después de ordenarlo?
Si sólo se puede escoger entre construir o destruir
prefiero quedarme en la cama,
en esa cama a la que ya no le tengo miedo,
a pesar de los recuerdos de insomnio y desesperación,
viejos fantasmas, que en tu ausencia, a veces regresan
a pintar las horas muertas
que el pasado olvidó borrar
el día que cayó la bomba.

5.
Las estrellas no nacieron en el cielo
esperar tampoco es mi mejor propuesta
pero sé hacerlo, si es necesario.
Sé aguantarlo –si es necesario– todo
y sin embargo seguir aquí,
mirar tu mismo cielo, pisar el mismo piso,
soñar con una sola luna
y volver a tomar aire.

Acepto la derrota antes de empezar la partida
y no es conformismo,
es más de lo que muchos podrían llegar a hacer.
Y aún con todo no he dejado de leer ni un solo día;
ni una mirada, ni una sonrisa que hoy ya no están
han logrado arrancarme una lágrima, jamás.

Enciende la luz, estate atento,
salva tu espíritu,
canta una bonita canción que todos entiendan
pero no olvides mirar a las leyendas desde abajo.
Las estrellas no nacieron en el cielo.


Con el Dr. John Martinez en la puerta de mi casa conversando

con el manuscrito original de Placeres Culposos

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola! Amigo; estoy buscando el paradero de un poeta peruano llamado Alejandro Calderón, en 2001 andaba por París, donde lo conoció una amiga mía, Ana Palacios, ella me ha pedido si puedo ayudarle a encontrarlo, la razón no la sé, al parecer ella perdió la agenda donde estaban los datos de Alejandro.
Si puedes darme señas de él, te estaré eternamente agradecido.
Un abrazo.
salvador moreno valencia
escritor y poeta
España.

Unknown dijo...

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