domingo, 4 de noviembre de 2007

Fragmentos de White City Blue.

La mejor novela que he leído en el año. Publicada a fines del siglo pasado, consolida a Tim Lott como un autor de peso en la literatura inglesa contemporánea, abordando temas como la amistad, las vanidades y complejos masculinos y el temor a ser parte de una sociedad moderna que en muchos casos nos es ajena e insustancial.

* * *


Que curioso, aquel día, allí donde íbamos, teníamos la impresión de no ver a nadie más, como si estuviéramos en un universo privado. Yo me sentía omnipotente, invulnerable, cuando tomamos posiciones unos frente a otros, Collin y yo por los Rangers y Nodge y Tony por el Chelsea. La droga y la luz del sol corrían por mis venas como una furiosa electricidad; observé las caras sonrientes de mis amigos y sentí una adoración secretea, era como si nos conociéramos desde siempre y fuéramos a conocernos por siempre jamás. Un perro ladraba a lo lejos. Por alguna parte se oía el traqueteo de las ruedas del tren.
Por lo general cuando jugábamos a algo nos domina la intensidad de la competitividad, pero esta vez todo era gloriosos, suave, generoso. Jugábamos bien a pesar de la bebida y la coca; solo estábamos los cuatro en aquel espacio abierto verde y enorme y el perro merodeando por el perímetro. En un momento dado, cuando el marcador estaba empatado, Nodge lanzó un tiro largo y salió corriendo hacia la portería desee medio campo. El balón tocó el suelo e iba a escurrirse junto al poste izquierdo cuando el perro entró a la carrera en el terreno de juego y lo metió de un trompazo por el centro de la portería. Tony y Nodge se tumbaron de espaldas, derribados por sus propias risas, mientras Collin perseguía al perro pidiendo falta a voz en cuello. No tuvo importancia. Aquel día nada tenía importancia. El presente pasó a ser el haz de luz de un solo reflector a ser una iluminación general y nosotros estábamos en el centro, moviéndonos como espectros felices y gloriosamente estúpidos.
(...) En cierto momento saqué la cámara de alguna parte y les dije a todos que posaran desnudos. Levantamos nuestras cervezas al sol y reímos con una risa auténtica. El balón flotaba en la piscina. Preparé el disparador automático de la cámara, cuyo chasquido se propagó por todo el parque.
Entonces, sin que siquiera viniese a cuento, mientras estaba sentado en la piscina, me sobrevino una súbita tristeza. No duró más que un segundo, como una imitación en miniatura del éxtasis que había sentido antes, pero tuve la impresión de que me golpeaba con la fuerza suficiente como para dejarme sin respiración. Fue una sensación confusa de que estaba en un extraño punto de inflexión en mi vida. Ya no podrá volver a ser tan perfecto, estaba seguro, y ese momento se deslizó hacia otros momentos, momentos llenos de imperfección, indiferencia y aburrimiento. La sensación de pérdida me desgarró como la descarga eléctrica de un matadero; de pronto me ví en el futuro, recordando ese día, preguntándome que habría ocurrido con aquel momento resplandeciente y porqué no volvió a repetirse. Entonces, tan repentinamente como había llegado la tristeza pasó.

* * *
–Voy a casarme.
Todos echan a reír menos yo, e incluso yo me uno a ellos poco después, sencillamente por que la risa es contagiosa y de pronto sin que venga a cuento pienso como quiero a mis amigos.
Los quiero o al menos eso creo. Se que debe de ser así, pero es difícil estar seguro por completo. El amor a los amigos es como el amor a tu padre y tu madre. Se supone que está ahí, pero no lo sabes con seguridad hasta que uno de ellos te falta o algo así. El amor a los amigos y los padres solo se manifiesta en su ausencia, mientras que con las mujeres si la cosa marcha bien, lo sientes lo notas sin la menor duda. Al menos durante el primer par de semanas de sexo.
De modo que el amor a los amigos es en gran mediada una cuestión de fe. Y yo la tengo, tengo esa fe. Tony, Nodge, Collin, mis más viejos y queridos amigos. Los quiero. También los apreciaba de verdad, solo que siempre surge algún impedimento. El principal suele ser el pasado y aunque es el problema, también es lo que nos mantiene unidos. Hace tiempo que he dejado de preguntarme porqué nos apreciamos. Sencillamente somos...amigos. ellos consiguieron el puesto, existen como parte de mi historia ¿no? De otro modo ¿qué eres? ¿quién eres?

* * *


El trayecto a la iglesia dura cinco minutos. Nodge y yo no hablamos. Me limito a mirar por la ventanilla. En la esquina de Shepherd s Bush Green, hay un puñado de chavales con mala pinta que llevan el pelo engominado y tienen latas de cerveza en la mano. Uno lleva una camiseta de lo Rangers. Ven acercarse el taxi, se fijan en que tenemos las banderitas del mismo equipo en el parabrisas y empiezan a gritar y aplaudir al tiempo que saludaban con la mano. Yo también saludo, pero a diferencia suyo, mi saludo es de despedida.


Confesiones y Penitencias

Esta noche quiero pedir perdón a todos aquellos seres perfectos del planeta.
Perdón por no estar a la altura de sus gustos de escaparte,
por no encajar dentro de la filosofía de supermercado
planteada por los tiempos modernos y occidentales.
Perdón por llenar mis cigarrillos con algo más natural,
por no contribuir a pagar impuestos con la droga que consumo.
Perdón por no poder llenar mi fin de semana con reggaeton,
cerveza y charla superficial, como todos.
Perdón a George W. Bush, a Donald Trump, a la CIA,
a J. Edgar Hoower, Ronald Regan, Bill Gates, Arnold Schwarzenegger
y a todos los demás gurús tácitos de los seres perfectos de este planeta.
Sólo ellos saben la gran magnitud, lo terriblemente relevante
que es tener un trabajo que odias para comprar cosas que no necesitas.
Quiero que me cuenten el secreto.
Quiero entender a todos aquellos seres perfectos del planeta
cuya funcionalidad social les da derecho a juzgarme sin ser dioses.
O tal vez sí lo sean.
Por eso les pido perdón, por la divagación creativa,
por las horas de trabajo no remunerado frente a la computadora,
por mi libertad de pensamiento, por mi honestidad brutal y sin reservas,
por no ser capaz de esconder mis sentimientos y actitudes,

como debe ser,
por no seguir los horarios esclavos, por mi inofensiva excentricidad...
y por todas las demás cosas, que ahora no recuerdo, pero que acá,
en este paraíso de seres perfectos,
donde es legal el abuso, el alcohol y las guerras,
deben ser muy importantes.



Anette (*)


Si la televisión está encendida más allá de la media noche,
seguramente estarás allí, me imagino,
tras los destellos multicolores de la pantalla
y los gemidos de post edición.
Vaya historia de amor, salida de la red,
muy de nuestros tiempos,
pero más aún, de nuestra soledad compartida.
Nos conocimos una tarde fría,
estabas perdida entre miles de cuerpos desnudos,
agujeros elásticos y miembros de tamaños sobre naturales.
Estabas allí y hacía frío en aquel mercado ambulante,
donde miles de ojos marginales,
hambrientos y fracasados,
te devoran y luego pasan a la siguiente portada, como si nada...
Porque sólo quieren un poco de amor, de caricias y suciedad.
Y tú lo sabes y se los das, en altas dosis, entonces generas adicción.
Mi Adicción.
Por ti y por esa insaciable e interminable garganta profunda
que todo le entra, hasta la última gota, la mía y la de él.
Porque es así Anette.
Lo acepto y no me importa
que te tires al primer hombre que se te cruce,
no me importa que tu parámetro de selección sexual
se reduzca a cualquier especie con una verga de 15 cm a más.
Conozco varias chicas y un par de primas que abrirían las piernas
por menos sin llegar a tener una décima de tu encanto infernal.
Porque es así Anette y lo acepto
con tal de que vuelvas a mí cada noche,
algunas noches aunque sea, con tu sombrero nazi,
tu vara de castigo, tu mirada de enferma,
tus ojos semi desorbitados,
el rimel corrido con el glorioso sabor de tus lágrimas.
Vuelve con algo nuevo.
De vez en cuando al menos.
Para poder sobrevivir, para poder soñar.
Ambos sabemos mejor nadie que la vida es triste
y que sólo el placer nos redime.
Porque el placer no es placer.
Es evasión. Es el no yo. El no compromiso.
Yo si entiendo la miel que encuentras en la humillación.
Y pienso guardar el secreto.
Somos raros Anette. Por igual. Tú por estar.
Yo por aceptarte y estar dispuesto a pagar el precio, siempre.
Anette: follar, conversar y fumar.
Anette: tardes de encierro interminables, de fantasías perversas,
de abandono, de retorcida fertilidad creativa.
Anette: una pequeña pero muy dura perrita alemana de 24 años,
despertando anhelos reprimidos y batiendo records de deseo
y litros de fluidos que gustosamente tragas,
mirándome a los ojos, dentro, muy dentro –en lo profundo–,
de tu espacio de lujuria y éxtasis,
fuera de este mundo de mortales, timoratos,
de hombres con reglas y horarios
que te espían a solas en una cabina de internet
o frente a un televisor a puerta cerrada.
Anette, acá están mis Placeres Culposos,
ofrecidos, sacrificados e inmolados,
por tu causa: dinero, pruebas de vih negativas
y caros vestidos sexys con los que fantaseabas de niña.
La niña que un día fuiste y que soñaba sin penes en la boca.
Y también habrá un día en que nos encontraremos
y después de coger como animales,
me confesaras al oído, ese pecado y ese dolor
que ninguna cámara fue capaz de registrar jamás.



(*) Dedicado a la actriz porno alemana Anette Schwarz, responsable de más de una hazaña en las competitivas lindes del sexo oral.