domingo, 27 de mayo de 2007

LA VIDA NO ES UNA EXCUSA

Algún día alguien descubrirá estas líneas en una noche oscura,
o en una noche sin planes, o en una de esas noches
en que hay tantas responsabilidades encima
que no se puede dejar pasar la oportunidad
de desentenderse de ellas,
para leer esto que escribí cuando el mundo me exigía
que haga otras cosas.
Pero aquí no hay rebeldía ni reacción;
el que entienda lo que hago
encontrará las llaves antes de empezar a buscarlas.
A esa persona es a la que le debo mis obras, mis tachones,
mis horas de insomnio, la belleza y el horror.

* * *

Y de pronto encontré la pena que yacía invisible,
palpable en otras dimensiones.
Esa pena de los momentos importantes, del hablar de amor,
de la santidad del arte,
de la madrugada que se va convirtiendo en día
y del asco en la garganta.
Esta pena, el chute, un gesto sensual
o la canción flotando bajo un mismo cielo,
enredados en las mismas nubes de humo.
Después el despertar,
la imposibilidad de despegarte de la almohada,
el despertar con jazz o música del recuerdo,
el toque mágico para empezar el día.
Porque escribimos tras unas rejas,
miramos a través de algunas ventanas
y robamos lo que podemos.
Cuando la semana corre hacia su fin,
hacia su espacio donde todo acaba
y va cayendo el día en espera de la noche
sobre Chacarilla Halley,
este otro lugar, estas otras calles,
los parques que conosco,
las pistas que huyen del neón,
el abandono del dolor,
abriendo nuevas puertas,
estas puertas a ningún lugar de la eternidad.

* * *

Un carril, una ruta marcada, el ascenso –
la quimera de la pasión – mi amada.
Un caballero sin caballo, con la espada aferrada a la mano,
el escudo algunos metro más allá –
estas botas pisan más que tierra,
este corazón rompe silencios vanos, trampas para listos,
telarañas de vampiros.
La luna cuelga del cielo,
el Expreso de medianoche se va sin decir más.
Esperaremos por vino o cerveza, esperaremos más,
rayaremos canciones,
esperaremos al hombre, callemos al aburrimiento,
saboriemos a frígidos intervalos
después de una ronda más.
Un libro, una frase, un recuerdo,
el ritmo que no para,
las palabras que se suceden,
que mueren una tras otra.
No hay remedio.
Pasémosla bien entonces,
esperaremos un poco más...
huyamos del alba,
que el sol no nos coja despiertos.
Rescatemos un par de canciones de amor
y te las regalo a ti, mi mujercita.
Después de un último suspiro no hay nada.
Caer en el pesimismo es demasiado fácil.
Alertas
Conscientes
Lucidez claustrofóbica.
Algunas noches que no terminan bien,
otro retraso,
la cola para ir al baño.
Los mismos cabellos, besos,
la búsqueda del punto final.
Escribo desde el fondo.
Nada vale más que esto.

Un beso para ti, mujercita,
un beso para los chicos,
un beso para la familia.
Este adiós es el principio.

* * *

Confesiones de madrugada a falta de sueño
y el aguante de la garganta.
El descanso de la novela, las fuerzas para crear con palabras;
estas horas se hacen solas,
cuando los sentidos están dopados no se puede mentir.

Confesiones que reflejan que el corazón es frágil,
que se puede romper, que se acelera con la coca,
que respira con el amor.

Confesiones fotográficas, imágenes cinematográficas en los libros,
el recuerdo de las viejas cantinas;
el centro de Lima y su arquitectura.
Y sus historias.

Nada de mártires, nada de héroes ajenos.
Sólo yo canto en la torre.
El reino de Halley, al otro lado de la ventana,
me hace pensar en que ya viene diciembre
y en que no hay suficiente tiempo para escribir,
si lo piensas bien.

La radio de madrugada a veces ayuda un poco;
en otras ocasiones desespera y me eriza los vellos.
Cuando la noche se sumerge
y la luna cada vez más alta,
se va y se va.

Este canto es por la verdad de la noche.
El tilín que impulsa nuestras frases.
El clima cambia, la madrugada es cálida;
bajo las sábanas se calienta algo

Eso es lo que cuenta.

* * *

Noches de Diciembre

Qué son esas luces rutilantes
que cuelgan de las ventanas a lo largo de las calles,
silenciosas a veces, congestionadas después.
Sumergidas en oscuridad cálida,
pasando largas horas bajo los árboles,
absortas en la nebulosa humareda.

La sensación de diciembre,
las canciones navideñas que corren en el ambiente.
Y sino, también, las fiestas, los días lunes,
el lánguido despertar cubierto por las mañanas soleadas.

El tiempo es corto,
vuelven los teoremas literarios
que nos mantienen despiertos después de horas,
alejados de la cama, con la ropa acumulada junto con los libros,
con las bebidas, con la música,
con las cosas pendientes que ya desaparecieron.

En la esquina, los chicos toman helados en shorts.
Las chicas se lucen con poca ropa,
pero ahora sí, sin sentir frío.

Tal vez, no todos los amaneceres arrastren el terror de la existencia
con el canto de los pájaros, ese canto que anuncia que todo acabó,
una historia a la que se le pone punto, pero no encuentra final.

Esta noche estás ahí, hundido en el sillón,
observando la película a través de la ventana,
perdido y libre.

* * *

Una última palabra – año que muere – hechos, sucesos –
amor y furia – picaduras – literatura y fracaso.

Sol que cae sobre las hojas verdes –
canciones que suenan tristes y gloriosas al amanecer –
las noches de copas, el lento caer de las seis,
ese mar que se extiende en el horizonte.

Técnicas aprendidas – desilusión y bohemia –
contar estrellas es como contar dinero y viceversa – a la larga –
patrullas de criminalística rondarán las calles en Año Nuevo –
Andrés Calamaro hornea un pavo y algunas cosas más esta noche.

En los discos piratas que ahora traen bonus tracks
y son más prácticos y reemplazables –
estos derechos de autor que quizá prevalezcan,
las letras de todas las músicas sin letra conmigo a la tumba se irán.
31/12/03
* * *

Los buenos momentos que aún se dan,
que inquietan con ambiguas invitaciones a los sueños,
horas grises,
cielos rotos,
un minuto de pensamiento libre.
Las duchas ahora son largas,
el agua se traga al cuerpo,
No queda más que la banca del parque para descansar
...descansar ideas,
descansar violencia difusa,
extraña,
ajena.
El fin de tu último capítulo,
el fin de aquella canción,
de sensaciones de verano,
el fin de tus recuerdos,
esas exquisiteces egoístas,
esos buenos momentos que aún se dan sin avisar,
cuando piensas que no volverán más.
El teléfono pronto dejará de sonar,
caerá la tarde,
olvidaremos ciertos gritos
y mañana volverá el invierno.

Brian Wilson


Cantante de los Beach Boys


California nunca volverá a ser la misma.
Los coches convertibles ya no susurran tus melodías al Pacífico.
Algo cambió. Algo se rompió.
El dinero llegó rápido, la familia se resquebrajó.
No dudaste de ser un genio. Dudaste de la fama.
Dudabas de tu voz en la radio, no en el viento.
Entonces vino el encierro. El autoexilio.
Inundaste tu casa de arena y compusiste piezas artísticas
con los pies en una playa bajo techo.
Ese techo. Ese autoexilio.
Marihuana y L.S.D. en cualquier momento.
Que los productores esperen.
Que esas chiquillas que gritan agitando discos de Vinilo
esperen también.
Todo es parte del rock and roll o de la época.
Coquetearon con el demonio que entregó chicas fáciles
en su plan por conquistar al mundo.
El demonio quería cantar.
El demonio mató al feto de Sharon Tate.
El acontecimiento acabó con el sueño de una generación.
De ahí todo fue cuesta abajo:
Engordaste, te enganchaste a la coca, te olvidaste de tu familia.
Nunca dejaste de tocar.
Seguiste en el estudio. Seguiste teniéndole pánico a las giras.
Seguiste viendo como tu hermano se destruía
y no hiciste nada porque tú también te destruías.
La música siempre te planteó un camino en claroscuro.
Sobreviviste.
Tu hermano no.
Tus hijas crecieron y empezaron a cantar.
Tú no te enterabas porque te mantenían bajo control 24 horas,
en un granja de desintoxicación.
No se puede dar una moraleja en esta historia.
La música sigue.
Nunca dejaste de tocar, eso es todo.



El Fantasma del Campamento Amistad

Novela Inédita

Sinopsis: Marc Van Ritter lleva una vida sosegada y carente de emociones en un condominio a las afueras de la ciudad donde pasa los días escribiendo y buscando que la realidad no lo perturbe. Sin embargo, cuando un grupo de jóvenes llega a pasar el Año Nuevo, se irán revelando una serie de secretos y rencores que conllevarán a descubrir una realidad tormentosa y violenta.

Fragmento:

El Campamento Amistad no era exactamente un campamento y la amistad era relativa. Ubicado a 50 kilómetros de Lima, dos horas más o menos, el Campamento fue un espacio de vegetación y buen clima. La existencia del Lago Amistad, con presencia de animales y peces, le daba un toque paradisiaco.
En los setenta, un pequeño grupo de gente, digamos un poco acomodada, clase media-alta, burgueses prósperos, entre los cuales estaban los padres de Rodrigo, –jóvenes esposos en busca de una vida diferente–, compraron el terreno, votaron a los animales, cortaron algunos árboles, instalaron tuberías, sistemas de electricidad y levantaron casas amplias, cómodas, funcionales y a la vez rústicas con piscinas, hamacas y porches.
Sólo un letrero anunciaba:


CAMPAMENTO AMISTAD
Propiedad Privada

La gente se relajaba y llevaba una vida tranquila o eso parecía. Se empezó a volver caro vivir allí, la zona, en esa época estaba mucho más alejada de la ciudad que hoy en día y producía sensaciones de aislamiento. Para bien y para mal.
Se pusieron a la venta más terrenos. Al principio, no hubo respuestas. Se tuvieron que hacer nuevos cálculos y bajaron los precios. Poco a poco, semana a semana, mes a mes, se levantaron casas por aquí y por allá.
La vida en Campamento Amistad era relajada y tranquila pero también extraña.
En los ochentas, ya había una segunda generación que se lo pasaban haciendo travesuras con la complicidad de los árboles y los espacios abiertos y alejados por la noche: fumaban hierba. Chicos y chicas se toqueteaban. A veces habían peleas. Algunas adolescentes empezaban a salir embarazadas antes de terminar el colegio, lo cual generó rencores irreconciliables entre familias vecinas.
Se produjeron robos misteriosos. Cercaron el lugar y colocaron vigilantes armados:

CAMPAMENTO AMISTAD
Propiedad Privada
SÓLO SOCIOS


La vida de los adultos maduros también giraba ya sobre un eje decadente: agobiantes problemas económicos; enfermedades costosas, dramáticas y patéticas; infidelidades que duelen; depresión e hijos rebeldes.
Corrían los primeros noventas, cuando sucedió la tragedia.
Un grupo de jóvenes, chicos y chicas, considerados de los más revoltosos y sospechosos de haber perpetrado los robos dentro del Campamento, se internaron en el bosque, cargados de drogas, alcohol y música estruendosa.
Se dice que se bañaron todos juntos y desnudos en el Lago; que totalmente colocados utilizaron y luego destrozaron los juegos infantiles. Celebraron una orgía, se perdieron en la noche rodeada de montañas, bajo la luna... y amanecieron muertos los cinco, regados por distintas partes del Campamento Amistad.
La policía investigó, se tejieron vagas teorías y no se llegó a nada. Sin embargo, la idea de que el asesino fuese un vecino, siempre fue la más fuerte. Muchas familias se fueron de allí, incluyendo la de Rodrigo.
Se establecieron normas estrictas. No se admitió nuevos propietarios, ni se construyeron más casas. Por lo tanto, la familia de Rodrigo jamás vendió la casa, ahí estaba, ahí seguía, eventualmente mandaban a alguien a mantenerla habitable, incluso la utilizaron un par de veces como nidito de amor.
Pero nada más.
No tenía vida, era una casa muerta por casi 15 años.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Ciudad Pánico

Sinopsis: Conclusión de la trilogía Lima Ilegal

Gianfranco, el villano de Días Distintos, ha salido de la cárcel con un nuevo grupo de amigos: Los Cuates. Juntos se dedicarán a secuestrar a las jovencitas más adineradas de la capital.
Álvaro, alejado de las juergas, tras alcanzar cierto reconocimiento literario atraviesa una mala racha creativa y personal, mientras sostiene una relación con una de las jóvenes secuestradas, se reencuentra con un personaje de su pasado quien lo volverá a poner cara a cara con Gianfranco.
Personajes de la primera y segunda parte de la trilogía entrelazan sus destinos en una ciudad convulsionada por la violencia, el tráfico de menores y la indiferencia colectiva.

Fragmento:
1997

EMERGENCIA. CENTRAL Nº5. ASALTO A AGENCIA BANCARIA EN SURQUILLO. SOSPECHOSOS FUGAN POR AV. ANGAMOS HACIA LA VÍA EXPRESA. VAN ARMADOS.

Las Águilas Negras fueron las primeras en lanzarse tras los asaltantes, haciendo aullar sus sirenas y agitando revólveres en la mano. Las patrullas Pathfinder del distrito se sumaron algunos minutos después. Y luego los Serenazgos y motos. Rezagada se quedaba una camioneta de prensa que intentaba, como fuera, llegar a la cabecera de la persecución.
Todos iban tras una Station Wagon ploma que volaba a velocidad sideral por las calles de Surquillo ante cientos de miradas atónitas.
Los polis se anunciaron con disparos de revólver. Los maleantes contestaron con ametralladoras automáticas. Un Águila Negra quedó fuera de combate.
Los de la prensa decían que eran momentos de alta tensión.
Las hélices de un helicóptero comenzaron a golpear a un cielo celeste, claro y despejado.
–¡Carajo, huevón, se nos vienen encima! –exclamó uno de los delincuentes cargando su arma. El que conducía giró hacia una calle transversal evitando ser cercados por una patrulla del distrito. Había sido muy hábil para esquivar a los policías hasta el momento, pero la buena suerte siempre tiene tiempo limitado.
Atravesaron un mercado, doblaron a la izquierda y ahí los sorprendió un Águila Negra. Dispararon a quemarropa contra las ventanas. Los vidrios y los casquillos calientes de las armas perforaron la cara y el cuello de uno de los asaltantes. Ignacio no perdió el control del timón y siguió a toda marcha. Entonces se reventó una llanta de la Station y después otra. Chocaron contra los postes de energía. Media Policía Nacional en pleno intentaron rodearlos. Uno de los delincuentes tomó la ametralladora automática.
–¡Yo no vuelvo a la cana, huevón!
Y salió de la Station disparando con furia. Hirió a una par de policías y todo el resto de ellos se dedicaron a coserlo a tiros.
Ignacio vio todo reflejado en el espejo retrovisor. Los disparos cesaron y se hizo un silencio de esos que dejan espacio para el miedo. Periodistas desde el fondo trataban de grabarlo todo. Cinco o seis policías avanzaron hacia la Station sosteniendo sus armas con firmeza y ansiedad.
–¡Salga con las manos en alto!
Ignacio suspiró. Se permitió observar a su alrededor antes de obedecer: sabía que pronto estaría extrañando la suciedad y la necesidad de las calles.
–Contra el auto.
Ignacio siguió las indicaciones. Un policía lo revisó.
–Está limpio.
–Espósalo. Ya se cagó por bacancito.
–Yo no maté a nadie, sólo manejaba –arguyó Ignacio. Como respuesta inmediata recibió golpes al azar en costillas, pecho y mejillas.
–A ver como te manejas en la cana ahora, o mejor dicho, como manejas tu culito –los polis echaron a reír. Ignacio escupió sangre sobre el asiento de la Station Wagon. Los del Serenazgo formaban un cordón anticuriosos y antiprensa.
Le clavaron las esposas en las muñecas y lo metieron en una camioneta con lunas polarizadas.
Los que lo conducían, quisieron molestarlo un poco por el arete que llevaba en la oreja izquierda: tas rica, mamita, vas a ser la sensación en Luri... pero Ignacio no hizo caso, sólo iba a disfrutar de esa última mirada a su ciudad en total silencio.
I

Me desperecé, me enderecé. Sentía un poco de frío en mi pecho desnudo aunque ella decía que ya era verano.
–Si tú lo dices –le dije. Ella no hizo caso y prendió un cigarrillo apagado por la mitad. Me sentía cansado, cierta luz se colaba por las persianas. Música festiva sonaba desde alguna parte.
–Estás tenso –dijo Celeste al cabo de un rato.
–Un toque, como todo escritor.
–Ya vas a empezar. Es el momento en que hay que compadecerte porque eres escritor, ¿no, mi amor? –me lanzó un beso volado y se concentró en un libro de bolsillo que no era mío. La vi leer y fumar, pasar varias páginas y votar humo, ejercicios similares... la cara de Celeste tenía cierto parecido con la de Britney Spears aunque no era rubia.
Se escuchaba una canción de Afrodisiaco.
–Atrás están en tono.
–Así parece –respondió.
Puse hierba sobre un papel, le pase la lengua, lo encendí. Celeste me rodeo con sus brazos. Parecía denotar cariño en ese gesto pero sus brazos resultaban siempre fríos o inertes.
Di largas caladas al porro.
–No deberías pensar tanto –sugirió.
–No es tan fácil.
–Lo sé –me besó en la cabeza y regresó a su libro de bolsillo.

Una hora más tarde salí a encontrarme con mi editor, o con mi ex editor, o con el tipo que me publicó un par de novelas exitosillas a fines de los noventa, en un bar.
–Frank.
–Álvaro, pareces tenso.
Pase por alto el comentario.
–¿Qué planes para la noche?
–Tú sabes como son mis noches –dijo, sorbiendo de su cerveza. Yo tomaba Coca-Cola y comía papas fritas.
–Sí, las conozco de memoria.
–Entonces, ¿extrañas a los muchachos?
–He tenido 18 toda mi vida, pero ya estoy cansado y con ganas de anclar.
Frank bostezó y miró su reloj.
–Todo hombre cuando se acerca a los treinta piensa eso, yo también tuve veintitantos, años locos, pendejadas por aquí, por allá, las hembritas... después tienes tu calato y todo se acaba pues, ha empezar de nuevo.
Frank disfrutaba escucharse hablar; un autodidacta de clase trabajadora que la hizo como editor y ratoncito de biblioteca útil.
Frank me deprimía. Verlo era “prepárate para pasarla mal y disfrutarlo”, como una metida por el culo o una rayita de coca.
–Sé como gira la cosa, hombre... estoy terminando una novela.
–¿Y a mí que chucha? Somos patas, uno de los pocos que te quedan, ya no tu editor.
–Tómalo como quieras, tengo una novela por terminar.
–La leeré en mis ratos libres.
Frank dio un gran trago a su cerveza. Me preguntaba como sabía una cerveza después de tanto tiempo, ese saborcito a fuego cuando ya te has tomado varias, las ganas de ir al baño a cada rato, ya sea para atender a la vejiga o a la nariz.
Terminó y pagó la cuenta de ambos. No sabía si tomarlo a mal por dar a entender que no tenía para pagar lo que consumía aunque, en realidad, me hacía un favor de cualquier modo.
–Nos estamos viendo –dijo levantándose de su asiento que adornaba un cuadro de Marilyn Monroe desnuda para Playboy–. Intenta divertirte un poco.
–Ajá.

Regresé caminando al Hostal. Me adentré por calles de putas que se corrían de los Serenazgos con los tacones en las manos.
Celeste miraba la televisión. Me quité la camisa y el jean. Me eché a su lado, me froté contra ella. Respondió a mis requerimientos. Me la acarició. Después me subí sobre ella y le sobe el clítoris con mi pene. Y después la penetré una y otra vez como una rutina, buscando la eyaculación.
La música festiva seguía sonando.
Las mujeres siempre disfrutaban más que los hombres... aquellas perras.
Nos arreglamos y salimos del Hostal. Me subió en su auto y me jaló hasta Benavides.
–Ahí hablamos –fue todo lo que nos dijimos.
Caminé por calles desiertas fumando un porro, como desamparado de la vida, hasta llegar a mi departamento medio dormido.
Mi departamento no era lo suficientemente grande ni elegante para lo que estaba acostumbrado, pero al menos quedaba en Surco. Me había refugiado ahí después de haber decidido dejar la chamba en prensa para dedicarme a escribir a tiempo completo.
El departamento entonces era pequeño; una salita, cocina, un cuarto con baño y otro de visita. Eso es lo mejor.
Ahora nadie quiere mis libros. Publiqué un par con éxito entre 1998 y 1999; historias juveniles plagadas de emoción y soledad. No estaban mal.
Por estos días, busco crear algo más personal, fuera del mundo social, pero a las editoriales grandes les importa un carajo. Quieren que siga haciendo historias truculentas que resulten adaptables para el cine.
Vivo solo en este departamento y no recibo mucho apoyo.
Saqué una botella de agua y volví al porro. Luego me puse a escribir, lo hice un rato, no recuerdo cuanto, hasta que empezó a aclarar al otro lado de la ventana y sabía que tenía ya poco tiempo. Dejé el texto a un lado y entre las sábanas con olor a hierba y a semen, me escondí del sol.

Una semana después, me reunía con Frank y un par de escritores izquierdistas, para planificar unos asuntos sobre el Gremio de Escritores que formábamos. Fue en el Queirolo del Centro. Llegué un poco tarde.
–Disculpen la demora.
Uno era barbón y el otro llevaba lentes. El barbón me saludó con la cabeza y el de lentes me dio la mano. Vasos de cerveza para cada uno de ellos y también para Frank que dijo:
–No están de acuerdo con el material que el Gremio pretende incluir en su antología sobre autores contemporáneos.
–Ajá.
Los rojitos no entendieron mi expresión, el barbón colocó libros sobre la mesa, mencionando a los autores.
–James Ellroy, Easton Ellis, John Grisham... entre otros.
–No consideramos adecuado este material como parte de un plan de revolución de las letras del siglo XXI –añadió el cuatro ojos dando un buen sorbo a su chop.
–¿No quieres un vasito, Álvaro? –preguntó el barbón.
–No, gracias.
–Álvaro ya no toma –redondeó Frank.
Los escritores se miraron con muecas burlescas. El barbón terminó su cerveza y dijo.
–¿Qué pasa Alvarito, estás light? –el de lentes rió.
Frank miró a otra parte aunque creo que rió también.
–Lo que pasa es que en la época de la universidad tomé suficiente alcohol y drogas como para dejarles fritos sus rojos cerebros que sobrios apenas pueden funcionar para poner trabas a las propuestas innovadoras.
No llegamos a mucho aquella tarde.

martes, 8 de mayo de 2007

La Burbuja

Cuento inédito

Fragmento:

Jenny y yo nos conocimos en una época de nuestras vidas en la que todo parecía estar por empezar. Lo desconocido no significaba temor, sino oportunidad. Había muchas cosas por hacer aquel verano, pero nosotros siempre preferimos la tranquilidad, el relajo, el aislamiento y el amor. Cuantos días sentados mirando el atardecer. Cuantas noches de hotel viendo cualquier cosa en la televisión después de hacer el amor.
Sí, era una buena época.
Trabajaba con bastante regularidad en mi primera novela y la literatura aún no me había mostrado ni por asomo su lado oscuro, desalentador e inútil. La universidad no importaba, los excesos del mundo exterior tampoco. Se vivía bastante bien dentro de La Burbuja, podía leer, ver la televisión hasta tarde y hacer el amor de manera ilimitada. ¿Qué podía salir mal?
Jenny y yo nos casamos cuando estaba terminando de escribir mi tercera novela, corrigiendo la segunda y publicando la primera. Lo hicimos una mañana de abril, uno de los últimos días soleados y celestes del año. Fueron todas las personas a las que tomábamos en cuenta: amigos del barrio, familiares cercanos y algunos compañeros de clase. La pasamos tan bien ese día, que nadie, ni siquiera nuestros invitados pudieron darse cuenta de que más que el inicio de un tiempo, se trataba del final de una era. Para siempre.
Entonces, pasó lo que tenía que pasar. La literatura no dio para vivir. La juventud, aunque todavía intacta en teoría, perdió energía y brillo. Nuestros amigos no parecían menos confundidos. Los que tenían empleo estable y buena remuneración lucían como adultos maduros planeando su pronta jubilación en vez de veinteañeros enamorados de la vida. Los demás se mantenían estancados en sí mismos y en las efímeras satisfacciones que de vez en cuando, producen los placeres mundanos.
¿Así que de eso se trataba? –le pregunté a Jenny una tarde de sábado en la que tomábamos helados, semidesnudos en nuestra habitación–. Placeres mundanos o vida de anciano por el resto de los días.
Jenny me miró a los ojos con expresión de no haber entendido bien mis palabras, pero sí de haber captado su significado. Acariciándome la mejilla me dijo que no había nada que no podamos mejorar juntos.
Jenny solía tener razón con respecto a casi todo. Era una mujer encantadoramente íntegra, que con el tiempo se fue volviendo (según mi obtusa percepción que nunca me preocupé en afinar) agobiantemente íntegra. Sabía amar, luchar y sufrir de verdad, algo que yo con bastante esfuerzo conseguía en mis novelas, pero de lo que era incapaz de lograr en la vida real.
Luego de terminar de escribir un cuarto libro y publicar un segundo (todo en poco más de tres años de abundante creatividad), hicimos maletas y nos atrevimos a darle un giro a nuestra relación. Habíamos escuchado hablar de una playa a tres horas de la ciudad, donde los alquileres aún eran cómodos, se podía conseguir un empleo eventual y solía estar contagiado de una atmósfera permanente de bohemia y disipación.
El viaje en bus fue terrible. Demasiado sol en la carretera. Un olor a cebolla que despedían algunos pasajeros.
–Pudimos venir en uno mejor –dijo Jenny con voz impasible, recostándose en mi hombro.
Y era cierto. Pero era lo único que nos permitía nuestro presupuesto, eso suponiendo que queríamos vivir como bohemios: trabajar como niño, ganar como pobre y divertirte como rico.
Al llegar encontramos un balneario rústico y tranquilo con algunas pocas residencias lujosas al borde de los peñascos. Aún así se percibía cierto movimiento mientras que caía la tarde: había comercios formales y ambulantes conviviendo en aparente armonía, y la mayoría de residentes, en especial los jóvenes, se conocían y formaban grupos, bebían algo o escuchaban la música que salía de los locales comerciales, con las caras bronceadas después de un largo día en la playa.
Alquilamos una cabañita en el pueblo con vista al mar (aunque eso no significase que en realidad estuviésemos frente a él, ni mucho menos), dejamos nuestras cosas y le propuse a Jenny ir a meternos un revolcón en las olas.
–¿Por qué no mejor nos metemos ese revolcón aquí? –me jaló del polo y apretó hacia ella, pudiendo sentir sus pechos respingados a través del vestido delgado de verano que llevaba encima, el cual no tardaría en despojarle.
Esa sería la última vez que haríamos el amor sin preámbulos. Y con esa sensación perderíamos otras cosas también.

–¿Cómo puedes decir que la liberación sexual de la mujer haya retrasado 60 años el feminismo? –Sandra me espetó con bastante rudeza. A pesar de ello, o gracias a ello, su actitud me impresionó positivamente. Bebí un sorbo de vodka con naranja y sin soltarle la mano a Jenny, aclaré mi posición.
–Es sencillo y es histórico. No tiene nada de revolucionario que un hombre quiera hacerse el macho y conquistar a un gran número de mujeres. En realidad más que un derecho social para el hombre eso se convierte en una presión nada envidiable. Ser guerrero y follador, gran cosa. Me parece risible que una mujer se crea muy autónoma porque trata de imitar al peor estereotipo de hombre.
Sandra se quedó mirándome, medio borracha, balanceando un cigarrillo de marihuana entre los dedos. No creo que realmente hubiese captado la profundidad de la idea, pero sí había disfrutado de cómo se lo dije. Con cierta brusquedad pero con elegancia.
Jenny cortó la conexión pidiéndome que le alcanzase una gaseosa, porque no deseaba alcohol. Un poco fastidiado accedí a su deseo. Diego me acompañó a la piscina. Diego era el dueño de la casa, una de las residencias acomodadas al filo del peñasco, con un jardín amplio y una piscina de azulejos con jacuzzi. Cada dos semanas nos invitaba a Jenny y a mí y a algunos de los otros que vivíamos en el pueblo. A pesar de la aparente diferencia social que nos distanciaba, todos proveníamos de familias burguesas, poseíamos cierta educación y compartíamos la afición por la marihuana, la literatura y las noches de charlas apasionadas matizadas con alcohol.
La cocina de Diego era un lugar agradable para estar. Siempre había algo a la vista: licores variados, paquetes de cigarrillos, bolsas de piqueos, empanadas listas para meter al microondas y platitos con cocaína de alta pureza, entre otras cosas.
Y Diego siempre decía:
–Sírvete lo que quieras.
Cogí un cigarrillo y tomé dos dosis de coca. Diego sirvió gaseosa para Jenny y vertió otro tanto sobre su trago, que creo era whisky.
–Hacen una bonita pareja, en serio. ¿Cuánto tiempo de matrimonio?
–Un par de años, casi. –Diego dejó escapar una risa que despertó cierta alarma en mí–. ¿Qué pasa?
–Sabes, este lugar puede ser muy bueno o muy malo para estar casado. Tú sabes, la playa, las fiestas..., las chicas –añadió bajando el tono de voz, antes de encenderme el cigarrillo–. Es probable que para el próximo verano esto ya no exista como lo conocemos. Quieren privatizarlo y lo harán. No es legal pero los interesados tienen el dinero para cagarse en las leyes. El punto es que esta sensación de algo que se acaba nos ha acercado y formado como una especie de comunidad donde todos son buena onda y quieren pasarlo bien con todos. Conviene aprovecharlo mientras dure.
Cuando regresamos a la sala, los invitados (Sandra, dos amigas suyas, el novio de una de ellas y mi mujer) seguían debatiendo sobre lo mismo.
–...finalmente, sino te gusta no lo vuelves a llamar y se acabó.
–Bueno, tampoco se trata de eso –dijo Jenny, dando un sorbo a su gaseosa–. Creo que tanto hombres como mujeres pueden experimentar libremente mientras que esa experimentación no lastime ni denigre a los demás o a uno mismo.
Siempre decía eso cuando hablábamos del tema y con el tiempo me había llegado a irritar el hecho de que sus posiciones resultasen tan tibias y simples constantemente. Pero Diego desde su sofá la observaba con expresión complacida. Aquella mirada, lejos de fastidiarme, despertó mi curiosidad. Una curiosidad extraña que todos en la playa parecían compartir. Excepto Jenny.

Placeres Culposos

Sinopsis: 2da entrega de la trilogía Lima Ilegal.
(Editorial Zignos, 2007)

Placeres Culposos es una visión tabloide de la capital, post fujimorista, a través de un detective privado de poca monta, alrededor de quien se tejen las intrigas, ambiciones y pasiones de un matrimonio de edad madura venido a menos; un gigoló arribista y una atractiva conductora de un programa infantil; un broadcaster inescrupuloso con problemas legales y su fiel correcto abogado, desencadenando una violenta persecución en busca de un cuantioso botín; de un último esfuerzo por darle un sentido a sus vidas.

196 páginas

Valor: 20 soles

Pedidos: cesarst_escritor@hotmail.com / cesarescritor@gmail.com

Fragmento:

Tony dejó el centro.
La cosa se puso fea. Él buscaba a alguien. Ese alguien lo buscaba a él. Sentía odio y miedo a la vez. Eso lo motivaba y lo frenaba en dosis homogéneas. Dejó el centro y se fue a San Juan de Miraflores. Buscó una pensión clandestina en el tercer piso de una casa frente al mercado municipal. La música de Axe Bahía lo despertaba por la mañana. Afuera hacía frío. Se hacinó en la pensión. Se deshizo de la Station Wagon y consiguió un sencillo para arreglárselas un par de semanas.
No hacía mucho. Su obsesión por el sexo decayó. De noche, enfrente de la pensión, se paraban putas en faldas cortas, desfiguradas por el maquillaje de imitación, confundidas entre algunos travestis. Tony las observaba desde su habitación sin interés.
Contactó a un ex colega. Este ex colega le consiguió una pistola y documentos falsos.
Un día quiso hacer algo diferente. Pensó: Karla tendría amigas o al menos conocidas en el cine Florida. Sus colegas estarían seguramente manejadas por algún allegado a Pedro. Sería como ir a la boca del lobo. Pero no tenía otra opción.

Se enfundó el arma. Tomó la ruta: Tacna–San Juan.
En los techos de las casas se erguían descoloridas banderas nacionales por fiestas patrias. Se venía un fin de semana largo. Oscurecía. Algunas personas cargaban mochilas y salían de Lima a pasar fiestas.
Regresar al centro le recordó cierta sensación de anonimato, una sensación única, una sensación bien peruana de estancamiento. Las calles, la pobreza, el desgaste, el placer tercermundista bajo los neones de los casinos y los cabarets, las putas sin brasier en Camaná, los edificios fantasmas, los bares y su desilusión, los picarones, la papa rellena de 50 céntimos, las agencias de empleo fraudulentas, los gringos paseando por la plaza y los bricheros al acecho. Imágenes fugaces que reflejaban el único mundo al que pertenecía.
Bajó de la custer, caminó por Abancay. Ahí estaba el cine Florida. Un letrero anunciaba: Promoción por fiestas patrias: Función doble continuada (Fantasías anales y Colegialas calientes). Show de Strip Tease en vivo toda la noche. Feliz día Perú.
Compró un ticket. Se sentó a un extremo. El lugar estaba casi lleno. Había mucha gente solitaria en fiestas patrias. Tony se sentía uno de ellos, siempre percibía ese efecto de marginalidad en época de fiestas. Señores alrededor de él se tocaban el bulto por encima del pantalón, señores alrededor de él comían basura y botaban las envolturas. Los asientos permanecían abarrotados de papel higiénico sucio. Tony distinguió una toalla higiénica a sus pies. La pateó. Se rascó las axilas, se frotó los ojos y vio con claridad: Colegialas calientes en su última escena: La habitación de un hotel barato de paredes verdes y un espejo tamaño natural. Sobre la cama un hombre fornido de cabello corto penetraba a la chica por el ano. Un segundo hombre, flaco y bajo, se la metía por la boca. Ella cerraba los ojos mientras chupaba; él se la frotaba por la nariz, por la barbilla; hilos de semen le cruzaban la cara. Atrás la penetraban con fuerza. Ella intentaba moverse, pero mostraba cierta torpeza al intentar hacerlo, cierta fragilidad.
Tony captó el rostro. Tony captó el culito. Le pareció que la chica era muy joven. Tony captó que se escuchaba música de Euforia entre mezclada con los gritos de la chica. El sujeto flaco y bajo terminó en su cara. Ella no sabía que hacer mientras una telaraña de semen se le expandía por el rostro con la cámara haciéndole un acercamiento poco nítido. Entonces el hombre fuerte le dio nalgadas y le gritó:
–Habla, perra, habla charapita puta.
–Así, dame fuerte –empezó a exclamar ella. Él no se contentaba.
–Grita, carajo, ahh, ahh, así quiero que hagas, ahí, mirando a la cámara. –más nalgadas.
Tony sintió repulsión. Vio a la chica. Vio al hombre fuerte. Vio a Karla y a su asesino.
Salió de la sala antes de que el hombre fuerte se corriese. Fue al baño. El baño era un asco. Papel higiénico por todos lados, orina, semen, condones. Meó en el inodoro. Mientras orinaba leyó algunas frases obscenas escritas en la pared: Da gracias que lo que tienes en la mano, no lo tienes en el ano. ¿Dónde está Pedro?
Tony lo leyó en voz alta. Se distrajo, se orinó en el pantalón. Salió del baño. Palpó su arma con la mano. Ahí estaba, camuflada en el cinturón.
Buscaba problemas.
Sabía que había entrado al lugar indicado.


Días Distintos

Editorial San Marcos, 2004

Sinopsis: La novela que quizá nunca se escribió en su época, nos traslada a los años del falso esplendor fujimorista y la toma de la embajada de Japón.
Es la historia de una banda de traficantes universitarios que planean un pase fraudulento del que nadie sale limpio. Los escenarios, que discurren entre raves clandestinos, playas del sur en efervescencia y piques en la Costa Verde, le dan a la narración un carácter fluido y provee a las escenas de un ritmo cinematográfico, pocas veces utilizado en la literatura local.
Días Distintos abre paso a la trilogía sobre la Lima de cambio de siglo.

169 páginas

Valor: 15 soles



Fragmento:
En el estudio, el Lagarto servía copas de espaldas a mí. R.E.M giraba en la bandeja de CDs con “Losing my religion”. Giancarlo cerró la puerta después de entrar: el ruido de la reunión quedó del otro lado, acá sólo jugaban los duros.
–Álvaro, ¡qué agradable visita! –exclamó el Lagarto en tono sobre actuado. Llevaba camiseta Tomy Highfiger de mangas cortas, color celeste. Se sirvió un doble en las rocas–. ¿Cómo has estado?
–Tratando de no afrontar mis problemas, como todos.
–Eso es bueno chico –me levantó el pulgar–. Hay que ser prácticos en estos tiempos ¿sabes? Se vienen días buenos, ¿no? –estaba acelerado: bebió medio whisky, giraba de un lado a otro por el estudio–. Ven –fuimos a la ventana–. ¿Ves eso Álvaro? Luces navideñas, recién empezamos diciembre y ya hay luces navideñas en Miraflores. La semana que viene se iniciarán las campañas en los centros comerciales, mercados, bodegas, calles, en todos lados habrá alguien buscando comprar o vender. Eso es la clave de todo. –Con su brazo señaló la costa como si fuese parte de su propiedad, de su imperio. Caminó hacia el escritorio donde una de las chicas Marlboro, de cabello castaño claro y ondulado y ojos que parecían verdes pero que no eran verdes, estaba sentada sin murmurar nada al lado de un espejo. El Lagarto le acarició la cintura y le besó en la mejilla. Se sentó en una silla de cuero marrón.
–¿Tienes un cigarrillo? –preguntó la chica. Todas las miradas volaron sobre mí. Le ofrecí un Camel Light. La chica me guiñó el ojo.
–Gracias Alvaro –dijo el Lagarto.
–Ya sabes, sólo trato de ser útil.
Silencio. “Losing my Religion” cedía paso a otro tema de la misma banda que no logré identificar. Giancarlo se jaló una silla y yo hice lo mismo. Los muchachos encendieron habanos Cohiba. Yo me colgué un Camel entre los labios. Parte de los voluminosos pechos de la chica se dejaban ver por el escote del top a la altura de la L de Marlboro.
–¿Qué tal los exámenes? –preguntó el Lagarto.
–No sé, no leí las preguntas pero respondí todo –contesté.
–Te entiendo –terminó su copa, fue por otra–. La educación en estos tiempos es tan... pagamos por la mejor universidad del país y sin embargo, ¿qué es lo que nos enseñan?, ¿ciencia?, ¿temperamento?, ¿verdades universales? Nada, no nos enseñan nada –se sentó nuevamente con el vaso casi lleno de Escocés–. Todos esos idiotas que estudian con nosotros tienen el trabajo asegurado por la influencia de sus viejos, la universidad está por las huevas –bebió medio vaso–. Y los que van a institutos o universidades estatales no tienen nada y nunca tendrán nada, su futuro ya está escrito y es insignificante. Ambos extremos son una mierda pero... –sus ojos verdes nos fulminaron excepto a la chica Marlboro que se limitaba a jugar con su cabello que olía a rosas– pero nosotros tenemos una visión: creo en el trabajo duro ¿sabes?, lo que nunca dejo de lado es la capacidad de divertirme mientras lo hago. No te entretengas poco, ese es mi lema, ¿lo captas?.
Mi cabeza se balanceó como afirmando pero en realidad era mero producto de la borrachera.
–¿Una copa? Necesitas una copa Álvaro. –El Lagarto se levantó rumbo a las botellas–. Te veo con mejor color, ¿has ido a la playa?
–Estuve surfeando un poco en la tarde con...
–¿Escocés en las rocas?
–La verdad preferiría algo un poco más suave, como un Oporto del Abuelo o...
–Álvaro, brother –puso mi vaso con whisky sobre el escritorio–. Tú eres un tipo duro –y en tono solemne añadió–: no te limites.
Chocamos copas, bebimos. Giancarlo soltó una carcajada palmeándome la espalda y fue a llenarse el vaso.
Lentamente comenzaron a caer los acordes de “Everybody hurts”. El Lagarto secó su vaso y preguntó:
–Alvaro, ¿cómo van... mis negocios?
–¿Tus negocios?
–Sí Álvaro, tenemos un acuerdo comercial que supongo no habrás olvidado... por tu bien –sentí una fugaz expresión de miedo imprimiéndose en mi rostro. El Lagarto arrancó en risas, Giancarlo lo siguió y la chica también aunque con bastante desgano–. Sorry, es una broma que me encanta hacer –basta de risas–. ¿Y Álvaro cómo van mis negocios? –repitió recobrando la seriedad. No hubo motivo de chiste esta vez. Intenté sonreír pero no funcionó.
–Tus negocios... tus negocios están bien.
–Me agrada escuchar eso porque yo también tengo buenas nuevas. Las cosas están sucediendo con bastante agilidad y la próxima semana ya podremos realizar la operación. Andrea ya te habrá mencionado el material que tiene y el material que nosotros queremos, de modo que vayamos al grano. ¿Stephany? –se puso de pie, dio caladas al habano–. Stephany.
–¿Al grano?
–Puta madre, al polvo entonces.
–Ah ya –abrió un cajón del escritorio y sacó una bolsa rellena de coca.
–Un kilo sin cortar –dijo el Lagarto moviendo la bolsa en su mano–. Necesito 9 más de estas bolsitas porque seguramente, quizá tú o algunas personas lo vean como un simple polvito que se meten por la nariz pero para mí cuñao, para mí esto es más profundo, más místico, esto es... –y en mi oído añadió–. PODER... y dinero por supuesto, mucho –sacó una daga de un porta lapiceros del escritorio y cortó la bolsita; la vació en el espejito. Los ojos de Stephany brillaron en el infierno que la rodeaba. Pasó la lengua por su labio superior.
–Esto es nuestro, una muestra gratis, adelante, quítate esa cara de borracho que empiezas a dar lástima, todo lo que quieras; estás haciendo las cosas bien y te lo mereces pero no creas que es lo único que tendrás.
Dos cañitas aparecieron por ahí.
–Quiten esa canción que me deprime por favor.
Giancarlo cambió el último minuto de “Everybody hurts” por “The End” de los Doors. Las cañitas funcionaron bien. La merca era de primera, igual que la que había traído Andrea y... Andrea tenía una merca similar pero ¿de dónde? ¿Acaso la trajo de París?
Inhalé mi tercera raya por la fosa derecha. Estaba cara a cara con Stephany que tenía la nariz blanca. Me sonrió. Casi le lograba ver el pezón por el desajustado escote. Jaló una raya gruesa, me observó. Inhalé otra por el lado izquierdo. Giancarlo pidió prestada mi cañita y se preparó una línea bien larga. Había demasiada, demasiada coca.
Jim Morrison daba un discurso.
El Lagarto lo escuchaba atento.
Seguimos consumiendo raya tras raya. La música creaba una sensación atmosférica psicótica. La borrachera empezó a dejar de controlar mis sentidos, ahora estaba despierto.
Mother, I want to fuck you –propuso Morrison.
El Lagarto me tiró mil dólares en billetes de 100 sobre el escritorio. También tiró una tarjeta con algo anotada en ella.
–El dinero de la semana, tú sabes como administrarlo. En la tarjeta está la dirección del lugar donde tienes que hacer el canje. El jueves, solo. Vas por lo del contacto en Francia, es todo lo que tienes que decir. Una vez que tengas mi encargo espera a que yo me comunique contigo, no te acerques por acá ¿ok? Me entregas lo que quiero y te daré cinco mil dólares en efectivo más toda la coca que tu cerebro pueda aguantar.
El Lagarto se nos unió en blanca comunión, abrió otro whisky, y así estuvimos durante todo “Light my fire” y un par de canciones más de los Doors que salieron volando por la ventana hacia el mar o hacia las primeras luces navideñas de diciembre.